sábado, 3 de septiembre de 2011

Spartacus: Dioses de la Arena



Tras el festín de fluídos del que disfrutamos con Spartacus: Sangre y Arena, el pasado mes de Julio estrenaron en esta nuestra patria la "precuela" para que pudieramos seguir admirando los encantos del fornicio en slow motion y las salpicaduras arteriales en stand by (aún a riesgo de resultar reiterativa… cuánto daño hizo Zack Synder).
Es cierto que me despaché a gusto con la primera temporada, porque admito que la crítica destructiva facilona es una tentación en producciones con tales excesos de sexo y violencia. Precisamente porque lo que buscan, en parte, es el morbo. Pero también es cierto que la primera temporada me la vi enterita encantada de la vida. Y cierto es también que el morbo de ver el primer plano de un pene en prime-time se pasa después de los dos primeros capítulos. Me tragué la serie entera porque es una visión relativamente novedosa de una historia que se ha repetido hasta el tedio en los medios audiovisuales desde que Kubrick nos mostrara los dudosos encantos Kirk Douglas hace medio siglo. Bueno, por eso y por Xena.
En la primera temporada conocías la historia pero había suficientes líneas argumentales nuevas como para mantener el interés, a pesar de ser bastante previsibles y de que los personajes fueran más planos que una hoja de papel secante. Era como presenciar un acidente de tren: sabes que se va a estrellar, pero por algún motivo no puedes apartar la vista.
La precuela es clavada en estilo y ritmo, algo más fuerte en violencia que en sexo esta vez. El problema es que también es mucho más previsible... Y eso que esta historia sí que es teóricamente nueva. En cada momento se ve venir exactamente lo que va a ocurrir y cómo va a ocurrir. La única sorpresa me la llevé en los últimos diez minutos del episodio final, que estaba algo mejor que los otros cinco (porque había sangre por doquier, huesos de mantequilla y mutilaciones extremas. Un deshueve. Y una gozada para cualquier fan de la Troma).
Un 6 sobre 10. No puedo darle más ni por John Hannah y Lucy Lawless.

No hay comentarios:

Publicar un comentario