Let me hear your body talk... Y eso...
Érase una vez, hace muchas lunas – concretamente unos 6 meses de lunas -, una señora de mediana edad que se dio de alta en el Gimnasio de al Lado del Currotm.
Ocurrió que durante todas esas lunas, gracias a esa célebre fuerza de voluntad de guerrero Sith que le caracteriza, la tipeja no había pisado aquellas pulcras instalaciones ni una sola vez… Hasta la semana pasada (o la anterior. No me acuerdo. A estas edades ya me falla el condensador de fluzo). El caso es que cuando llega ese momento en el que estás en la ducha y te percatas de que la única diferencia entre la textura del agua y la de tus muslos es la fina membrana de tu dermis casi incolora te dices: “Hay que hacer algo YA”. Y después de secarte te invade una sensación de desazón extrema y SIN FALTA, a lo largo del mes siguiente, pasas al menos 5 minutos cada 15 días andando deprisa en una cinta… Y subes andando a la oficina al menos una vez a la semana.
En fin que la señora, embutida en su Uniforme-Fitness-Mujer-Fin de Temporada-Decathlontm y portando en los pinreles los que posiblemente sean los tenis más feos de la historia del pseudo-ejercicio amateur, entró con decisión y aplomo en la sala de cardio (que en este caso es la misma que la sala de ciclo y la de pesas… Es lo que tienen los gimnasios poligoneros: falta de espacio y elegancia en las formas) y se instaló cómodamente en una cosa a la que llaman “la Elíptica” (pero que no tiene forma de elipse, es más bien como un reposapiés gigante articulado que, una vez instaladas las pezuñas y las zarpas, te obliga a mover de manera más o menos coordinada las extremidades con esfuerzo moderado durante exactamente el tiempo que tardas en avergonzarte de ti misma lo suficiente. Creo que cuando se hace al aire libre se llama “correr”).
Allí instalada en el aparato, intentando poner cara de haber estado allí cienes de veces, la señora empezó a fijarse en la fauna circundante… Perdón, en las otras señoras y señores que la rodeaban, esperando encontrarles afanados en sus tareas: venga de pedalear, o de correr, o de levantar cantidades absurdas de kilos con partes inverosímiles de sus cuerpos serranos. Mas lo primero que encontró su mirada, justo enfrente, fue un ser lamentable de mejillas arreboladas y rostro descompuesto, bufando como un tranvía, que se movía con la gracilidad de una rama de abedul y… Había algo alarmantemente familiar en esa mirada bovina… Si… Aha… Era un espejo.
Una vez recuperada cierta autoestima, decidió hacer un nuevo intento evitando superficies reflectantes en la medida de lo posible… Y allí estaban… Ellas, pintadas como puertas con sus disfraces de Eva Nasarre (Versión Sepu 1983), ellos perfectamente depilados, con sus wife-beaters de Mudanzas Paco y Radikal Sound (o, en algún caso memorable, sin camiseta). Todos gráciles, fuertes, enamorados de su propia imagen, de la que solo retiraban la mirada para realizar intermitentes rituales de apareamiento de tan solo unos segundos... Era un cruce aberrante entre la jaula de los monos del zoo y Yo soy la Juani. Era inquietante, desasosegante y un poco risible. Era... Es... El motivo por el que la señora, que ha decidido ir al gimnasio dos veces a la semana, ya no se baja las gafas a "la sala de cardio" aún a riesgo de su integridad física...
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