Sir Terry Pratchett murió ayer.
Parece ser que tan tranquilo, en su cama y con su gato retozando en el alféizar
de su ventana.
Cuando me enteré hubo un “oh” enganchado
en mi garganta durante unos segundos. Aunque era de esperar dado su estado
(Alzheimer, tan temible y despiadada como un Tsunami), algo se me atragantó en
la cabeza en ese momento, como una canica atascada en una tubería: ¿Por qué?
La comunicación es curiosa, ya
que muchas veces no se trata de una carretera de doble sentido. En este caso,
ha sido más bien una vía rápida de dirección única: desde Pratchett hacia sus
lectores. Un flujo continuo de información que ha estado alimentando nuestras
neuronas durante décadas. Y ahora que se nos va, le vamos a echar de menos. Tal
cual.
Se han escrito praderas enteras
sobre la obra de este caballero. Porque parece ser que para que las páginas
creadas por alguien se tomen en serio, han de ser escritas en serio. Perdón: En Serio... EN SERIO... EN SERIO incluso.
Pero, muy a pesar de muchos, Pratchett
escribía muy en serio: creó una platea gigante repleta personajes brillantes. Y
allí dentro, en el Mundo Plano, metió todo lo que le vino en gana. Supo reflejar
con una agudeza espectacular la sociedad en la que muchos de nosotros vivimos,
supo satirizar como nadie el funcionamiento de la mente humana con una
mordacidad envidiable y, mientras pegaba un baño salvaje a todo lo divino y lo
humano, supo contar cuentos. Cuentos interesantes, emocionantes y divertidos en
los que es posible refocilarse durante horas. Ese tipo de historias por las que
te aguantas la micción más de lo lozano y saludable sólo por saber qué pasa después
ya mismo. Porque te llevan a un lugar en el que la MUERTE tiene crisis de
personalidad, la autoridad competente vive bajo el lema “Si no está roto, no lo arregles” y en el
que, a veces, “es preferible encender un
lanzallamas a maldecir en la oscuridad”.
Esta mañana he leído un artículo (disculpas:
“post”) de Diego Cuevas en JotDown muy recomendable. Cuando lo he leído me he
dado cuenta de que los lectores de Pratchett no sólo somos legión, somos comunidad.
Parte de algo. Y tenemos un lenguaje común. Cuando lees reseñas sobre su muerte
en medios mainstream - Con referencias
a su obra, sus ventas y sus hordas de fans - te quedas con que este tipo que
vendía mucho porque escribía en cascada para una manada de tarados obsesivos se
ha ido, y sus editores lo sienten muchísimo. Pero lo que ha escrito Diego
Cuevas te llega. Y te llega porque es parte de la comunidad. Como lo que Neil
Gaiman, David Langford y tantos otros autores van anotando en sus blogs. Ellos
también comparten las historias. También hablan el lenguaje.
Al final tenías razón, Terry: “El tiempo es una droga, y en cantidades
excesivas, mata”.