lunes, 28 de noviembre de 2011

Momentos Flex y jornadas Titanlux

Hace algunos días, concretamente siete, adquirí algunos enseres, concretamente tres, vitales a día de hoy para la conservación de mis neuronas, concretamente dos (pero las he cogido cariño después de tanto tiempo a pesar de que sean pocas y cobardes). A saber: Un colchón, una cama y un cabecero.
En un improbable reducto de paz y amor sito en un polígono industrial del extrarradio encontré esta maravilla antiácaros por un precio tremendamente razonable. Me lo vendió un señor que estaba a medio camino entre Chanquete y Bilbo Bolsón. No había visto tanta amabilidad desde que mi madre me llevaba al practicante en mis años mozos, con piruleta o sin ella. La ayuda que me prestó no sólo fue tremendamente útil, sino que además me hizo sentir un poco como Ricitos de Oro en una orgía de testeo de camas. Hubo un momento en que tuve hasta miedo; porque si después de tumbarme y retozar en todas aquellas piltras hubiesen empezado a darme a probar el mismo número de gachas a diferentes temperturas, las posibilidades de implosión hubieran sido considerables.
En fin, que lo cierto es que no creo que hubiera llegado a encontrar este oasis del descanso si no fuera porque dos amigos de excelente talla moral y tenacidad envidiable me arrastraron por los pelos hasta allí a una hora intempestiva y sin contemplaciones. Porque una servidora tiene la iniciativa de una larva de Lemming. Y allí estuvieron, dándole coba a Chanquete Bolsón, probando camas una y otra vez (me pregunto si eso significa que me acosté con ellos... Mmmh), aconsejándome y desaconsejándome. Ese día me encamé de bastante buen humor. Y en un principio pensé que era por el kit dormidera. Pero me he dado cuenta de que fue porque estaban ahí, además estaban encantados de estar ahí y de alguna manera sé que siempre estarán ahí. Y eso me hace feliz y me produce momentos moñas como este en el que podría ver Tomates Verdes Fritos y sentirme identificada.
Unos días después de aquello, concretamente cuatro, comencé otro arduo proceso también dirigido a la salvaguarda de mi escasa salud mental que duraría unas cuantas horas, concretamente muchas, repartidas en varias jornadas, concretamente tres. Esta vez otro amigo me arrastró de los mismos pelos a comprar unos materiales misteriosos con nombres tan musicales y exóticos como "Aquaplast", "brocha" y "tinte". Ese tipo de materiales que inspiran respeto extremo y algo de inquietud a personas que piensan que la única acepción válida de "temple" es "fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos"... Eso o afinar un instrumento.
Este ser humano elaboró una lista de los materiales misteriosos que había que comprar, fue a indagar a la tienda para que me hiciera una idea del gasto, me llevó a la tienda, supervisó la compra (o sea, yo pagué y él compró) y básicamente se pasó tres días currando como un animal mientras yo intentaba con risibles resultados hacer algo útil.
Allí estaba yo con mi brochita de mierda pensando: "¡¡Oich!! ¡¡Es la ceguera blanca!! ¡¡Como en el libro de Saramago!!... Ah, no, es que me ha caído pitura en las gafas... Oyes, cómo gotea esta porquería, no?", y él pegándole al tema como Jasón contra la Hidra de Lerna, versión nacional, tan hasta el culo de pringue que había momentos en que se mimetizaba con el entorno. Eramos un poco como Batman y Robin, si Robin fuera tuerto, tetraplégico, gilipollas o todo lo anterior. Resultado: prueba superada en tiempo record, claro. Y yo aún tengo los cojones de decir que me duele la espalda, porque yo lo valgo y tengo un cuajo sin parangón. Y he aquí de nuevo el momento moñas: ha estado ahí porque quería estar ahí, y de alguna manera sé que siempre lo estará. Y ahora podría ver Generation Kill y sentirme identificada (... Si, lo sé. Cada amistad es de diferente índole, es un hecho)
Y ese es el tema. El tema es que le estoy muy agradecida a la Santa Vaca por haber encontrado gente así (Y estos son sólo dos ejemplos) que, por algún motivo que se me escapa pero que seguramente esté relacionado con las cantidades ingentes de fama, fortuna y belleza que almaceno en mis bragas, están ahí. Es fascinante, oigan. Hace como que se difumine la podredumbre vital. Es un buen comienzo, a pesar del insomnio y demás nimiedades.

jueves, 24 de noviembre de 2011

PLANETARY. La historia secreta del siglo XX en los X primeros ciclos del siglo XXI

Recientemente, luchando contra el desasosiego y el revoltijo de sábanas que crea el insomnio crónico, me ha dado por terminar Planetary. Concretamente me faltaba por leer el nº 27, que tardó tanto en nacer que al final casi olvido su existencia. Porque lo de esta serie ha sido como el parto de la burra...
En 1999 Warren Ellis y John Cassaday publicaron el primer número de Planetary. Una servidora empezó a consumir el producto 2001, y lo que se había publicado hasta la fecha lo engulló en tiempo record, que es lo que le suele pasar a la gente que tiene demasiado tiempo libre: los elementos de ocio no duran lo suficiente. Ese año, repentinamente - o sea, by surprise - se suspendió el invento hasta nuevo aviso y nos dejaron a todos con los huevos azules. Metafóricamente.
Pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco y seis semanas (Y meses... Y años), y en 2004 parece que se retomó el tema. Pero vamos, a ritmo de Warren, que suele ser cuando a él le viene en gana (Hay quienes echan la culpa de las publicaciones irregulares y demás zarandajas a la lentitud de John Cassaday con la tinta, pero vamos, lo cierto es que este señor no ha dado muestra de lentitud alguna en otras series mucho más exigentes con los plazos que esta). Total, que para publicar una serie de 27 números, 10 ciclos terrestres tardaron: 1999-2009. Y no se vayan todavía, entre la publicación del nº 26 y el 27 pasaron otros 3 añitos, con un par.
Dicho esto, Planetary es de lo mejorcito que ha hecho Warren Ellis en su vida (aunque el buque insignia con diferencia es Transmetropolitan). Y es que a mi esto de re-escribir la historia a base de misterios, acertijos y conspiraciones varias me encanta. Si encima añades la aparición estelar de personajes históricos aquí y allá, un multiverso molón y un protagonista inmortal, amnésico, historiador e inteligentísimo que congela cerebros (entre otras cosas), pues tienes un cocktail de oro. Los otros dos miembros del equipo de super-arqueólogos (que no superhéroes) son una señora que mete caña a niveles superlativos y Johnny Mnemnonic en versión hardcore... Un cerebro con capacidad de almacenamiento sideral, quiero decir. 
En cuanto al final, he de admitir que yo pensé que el nº 26 era el carpetazo, porque lo parece. Y el 27 de hecho es más un epílogo que otra cosa... Cierra un tema que se ha venido rumiando desde el principio (Ambrose Chase, concretamente). Es un poco como si JJ Abrahams hubiera hecho un episodio más de Perdidos explicando por qué carajo la cabañita de marras cambiaba de ubicación continuamente, por ejemplo.
Sé que Planetary no es una serie mítica (aunque tiene su buena legión de fans enloquecidos), pero toca tantos temas por los que tengo debilidad que a mí me ha parecido francamente entretenida. La recomendaría a cualquiera que tenga cierto gusto por los vericuetos históricos y los complots interdimensionales para robar reliquias (si, sé que suena extraño, pero sobre el papel resulta).